Hace tres años entramos al mes de mayo con un nudo en la garganta, sintiéndonos incapaces de luchar en contra de una enfermedad de la que el mundo de la ciencia no sabía prácticamente nada, que se estaba cobrando la vida de millones de personas y por lo que optaron la mayoría de los gobernantes fue por cerrar los países hacia fuera y hacia dentro colapsando las economías e inyectando cantidades estratosféricas de dinero inorgánico para intentar paliar el suministro de lo mínimo en los hogares.
En países como Guatemala el Covid-19 desnudó las carencias de muchos años en el sistema de salud pública, once médicos por cada diez mil habitantes, 45 hospitales y 8473 camas disponibles, para solo mencionar algunos datos, dejaban saber lo que nos esperaba para enfrentar la pandemia.
Se armaron hospitales/carpa en lugares como el Parque de la Industria en la capital y el CEFEMERQ en Quetzaltenango, equipándolos con donaciones del sector privado y con recursos de los préstamos aprobados de prisa en el Congreso además de contratar el personal médico y paramédico muchos de los cuales perdieron la vida en el intento de salvar a otros.
Para cuando los científicos en el mundo desarrollado lograron elaborar una vacuna la adquisición se hizo cuesta arriba, primero porque en la fila estaban los ciudadanos de los inventores y luego por la falta de agilidad y transparencia en la gestión pública del país. Todo esto debería estar siendo documentado, analizado y discutido en el ámbito académico, político y social para aprender de esta dura lección y refundar un sistema que llegó al tope por los problemas de gestión pública, así como el crecimiento de la población. El Covid-19 tomó al mundo por sorpresa, pero no podemos cometer la atrocidad de continuar la vida como si nada hubiese ocurrido, antes bien, debemos aprender para intentar avanzar
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